Microrrelato (de Ozimandias)
Al otro lado de la mesa, el vencedor le sonrió maliciosamente.
Donde los sueños se funden con la realidad.
El otro día leímos en clase un relato en el cual se explicaba cómo subir una escalera, utilizando un lenguaje lioso y complicado. El profesor nos mandó la tarea de escribir uno similar sobre otra actividad cotidiana, y aquí tenéis el mío para que me lo critiquéis a gusto...
Cuando el infernal ruido de ese aparato, que hace sonar una alarma en un momento determinado previamente impuesto, nos extrae de nuestro paraíso o infierno de la imaginación procedente del subconsciente, debemos seguir unos pasos determinados…
Hemos de alargar la extremidad superior hacia el antes mencionado aparato para acallar el alboroto que produce, presionando un interruptor o girando una palanca, normalmente situados en la cara superior del objeto. Nuestro aparato auditivo agradece el cese de tan inclemente ruido que taladra nuestras neuronas hasta hacerlas enloquecer.
Y llega el momento de separar esas capas de piel que recubren nuestros ojos, también denominadas párpados. Al hacerlo, solemos notar una leve resistencia para llevar a cabo la acción con éxito; dicha oposición a la apertura de los párpados suele ser impuesta por las pitarras o legañas.
El siguiente paso es dejar de ser una cebolla para convertirse otra vez en ser humano, o al menos eso se pretende. Para ello, se deben coger las capas que nos cubren artificialmente con el objetivo de mantener la calidez emitida por nuestro cuerpo mientras reposamos horizontalmente sobre un colchón y retirarlas de encima del susodicho cuerpo, depositándolas a un lado sin que nos molesten para realizar el último paso.
Nuestra posición respecto a la superficie terrestre es de ciento ochenta grados, así que debemos incorporar hasta los noventa grados la parte superior del cuerpo, es decir, el tronco. No se ha de confundir con el de los árboles, ya que sería difícil introducir uno en una estancia de una casa convencional. Una vez incorporado, las extremidades inferiores o piernas tienen que ser sacadas de encima del colchón, depositándose en el suelo. Sólo queda erguirnos, confiando toda la responsabilidad de soportar nuestro peso corporal sobre dos únicos puntos: los pies.