El Club de los Poetas Muertos

Donde los sueños se funden con la realidad.

domingo, octubre 30, 2005

Que no se pierdan las historias

-No volverás a tocar esa música del infierno.

La voz del guardia estaba llena de odio, de rencor, de represión... y Víctor sabía que esos sentimientos no iban dirigidos a él. Aquel tipo estaba muerto de alma, no tenía brillo en los ojos.

Aunque poco podía ver el desdichado músico prisionero con la cara cubierta de sangre, jadeante, dolorido y magullado. Llevaba en aquel infierno cinco días y se sorprendía de seguir vivo. Ya no podía pensar con claridad, pero le quedaba algo de cordura para responder:

-Tenéis miedo de lo que no comprendéis. Supongo que le teméis a todo el mundo-, escupió.

Los guardias no le hicieron caso. Un corpulento carcelero se acercó con algo brillante en las manos.

-¿Qué... ?

La pregunta murió en los labios de Víctor Jara cuando la culata de aquel fusil se descargó contra sus manos. El guardia corpulento empezó con la mano derecha, y otro carcelero se animó a ayudarle a machacar la izquierda. Entre sus alaridos de terror, Víctor Jara oía las risas de los guardias.

La estrella del folk chileno nunca volvería a coger una guitarra.

martes, octubre 25, 2005

Frío

Esta es una historia muy personal, escrita en apenas cinco minutos, pero cargada de sentimientos... Espero que os guste y os transmita algo.

Veo caer la nieve. Frío, siento frío. Todo a mi alrededor es yermo, cualquier molécula de vida es aplastada por el despiadado hielo; nadie es capaz de acercarse a mí, nada puede soportar tanta desolación.

Mi alma está presa de una urna de cristal. Sabe, desde el primer momento, que de allí no escapará. Y no me queda más remedio que escuchar a mi alma, aunque al principio intentara hacer oídos sordos y buscar algún remedio.

He de permanecer quieta, viendo cómo todo se desvanece antes de que llegue a tocarlo, sintiendo cómo cualquier presencia desaparece en instantes, sin poder grabar en mi memoria nada.

Para mí solo son caras que me miran a través de un cristal, el cristal de mi urna llena de nieve, frío, soledad y desolación.

Y dentro estoy yo, esperando…

Esperando que llegue el fantástico día en que alguien compre mi urna y pueda ver mundo, nuevas caras, y poder grabarlas en mi mente, ver a través de la bola de cristal en la cual estoy encerrada, sintiéndome sacudida momentáneamente y después salpicada de cálidos, pero a la vez helados, copos de nieve.

viernes, octubre 07, 2005

Confesión

He aquí un relato que escribí para Ozimandias como regalo de cumpleaños... Bueno, es en mayo, pero en febrero ya lo tenía escrito, no quería que se me escapase la idea, tonta, para variar, pero, al fin y al cabo, una idea graciosa. Aunque algunos ya lo habéis leído, lo cuelgo porque me hace ilusión xDDDD

Lo confieso: en cuanto lo vi me enamoré de él. Esos ojos tan negros mirándome fijamente, esa postura imperturbable, tan erguido él… ¡era perfecto!

Día tras día iba al mismo sitio donde le vi por primera vez para contemplar su perfección, lo bien hecho que estaba… ¡era una obra de arte!

Me quedaba extasiada al mirar cada centímetro de su cuerpo, cada fino cabello castaño que tenía, pero, sobre todo, lo que más me paralizaba eran aquellos ojos tan penetrantes, tan oscuros, que parecía que leyesen en lo más profundo del alma.

Era en aquellos momentos cuando yo me giraba, avergonzada al sentir descubierta mi intimidad, y me marchaba.

Después de mucho tiempo de vigilarlo casi a escondidas, un día me atreví a acercarme a él.

Simplemente nos miramos, como quien se cruza por la calle con un desconocido y lo mira, sin más, y pasé de largo sin decirle nada. No había habido ningún tipo de contacto, pero… ¡me había mirado al pasar por su lado!

Durante noches soñé con aquel momento, con sus ojos negros y su eterna sonrisa.

Hasta que los sueños no me bastaron, quise que se hicieran realidad.

Trabajé muy duro para conseguirlo y, una vez más, me acerqué a él, pero esta vez me paré a su lado.

Le miré, me miró, le cogí la suave mano y se la acaricié dulcemente. No dijo nada, pero me vi reflejada en sus ojos y supe que ya era mío.

Me encantaba acariciarle, sentir lo suave que era, estrecharle contra mi cuerpo, abrazarle, mordisquearle las orejas, sentarme delante de él para contemplarlo…

Era muy callado, no hablaba, pero sus ojos me revelaban su amor.

Iba con él por la calle una noche, ya no me avergonzaba hacerlo, cuando sentí una sombra moviéndose a nuestras espaldas. Sentí un poco de miedo, lo admito, así que le estreché con fuerza la mano, cosa que nunca había hecho antes, pues lo veía tan perfecto, tan delicado y frágil que siempre lo acariciaba con sumo cuidado. Con su voz, nunca antes escuchada por mis oídos, me dijo en tono cantarín, con una agradable melodía: “me gusta que me abraces”.

Casi pierdo el sentido al oír aquello. Después de tantos días, por fin me había hablado. Llegué a pensar que era de los que no hablaban, pero al final… ¡¡¡el osito más caro de la juguetería hablaba!!!


Este, junto con el relato de los bebés, es de mi época de "finales chorras", como podéis observar... Ahora estoy más profunda, tan profunda que me bloqueo muchísimo a la hora de escribir T_T

domingo, octubre 02, 2005

Helmut (por Ozimandias).

Helmut nunca había visto unos ojos como aquellos. Sabía, como todos sus compañeros, que ciertas razas no podían compararse, ni siquiera estéticamente, con la suya. Se sentía orgulloso de ser un digno representante de la raza aria, destinada a gobernar con sabiduría a todas las demás. Por eso le desconcertaba encontrar una mirada tan bella, tan profunda, tan intensa, en una joven de cabellos rizados y piel aceitunada que impedían al teniente Helmut Von Hesse olvidarse de que se trataba de una gitana.
Por alguna razón, mirar esos ojos le producía una honda desazón; pensó en lo que se perdería si ardiesen en los hornos, temió verlos marchitarse bajo los efectos del gas, se estremeció al imaginarlos ocultando su brillo y color en una fosa común. Se dio cuenta, horrorizado y maravillado, que se estaba enamorando de esa mirada anónima que denotaba la profunda tristeza de la muchacha. Y contra toda lógica, contra toda ley y enseñanza, decidió que evitaría esa tragedia sin importar lo que le costara.
No fue nada fácil para él sortear los obstáculos que encontró mientras trataba de evitar el destino que sus superiores deparaban a esa mirada que había perforado su corazón. Pero pese a las dificultades lo logró; y ahora, ya en su hogar, se servía una copa del mejor champán que había encontrado en la bodega de una rica familia de joyeros judíos a los que habían trasladado unos días antes, mientras observaba el frasco de cristal desde el que, flotando en un solución conservante, le observaban esos ojos brillantes, mágicos, hermosos, que ya nunca perderían su belleza.