He aquí un relato que escribí para Ozimandias como regalo de cumpleaños... Bueno, es en mayo, pero en febrero ya lo tenía escrito, no quería que se me escapase la idea, tonta, para variar, pero, al fin y al cabo, una idea graciosa. Aunque algunos ya lo habéis leído, lo cuelgo porque me hace ilusión xDDDD
Lo confieso: en cuanto lo vi me enamoré de él. Esos ojos tan negros mirándome fijamente, esa postura imperturbable, tan erguido él… ¡era perfecto!
Día tras día iba al mismo sitio donde le vi por primera vez para contemplar su perfección, lo bien hecho que estaba… ¡era una obra de arte!
Me quedaba extasiada al mirar cada centímetro de su cuerpo, cada fino cabello castaño que tenía, pero, sobre todo, lo que más me paralizaba eran aquellos ojos tan penetrantes, tan oscuros, que parecía que leyesen en lo más profundo del alma.
Era en aquellos momentos cuando yo me giraba, avergonzada al sentir descubierta mi intimidad, y me marchaba.
Después de mucho tiempo de vigilarlo casi a escondidas, un día me atreví a acercarme a él.
Simplemente nos miramos, como quien se cruza por la calle con un desconocido y lo mira, sin más, y pasé de largo sin decirle nada. No había habido ningún tipo de contacto, pero… ¡me había mirado al pasar por su lado!
Durante noches soñé con aquel momento, con sus ojos negros y su eterna sonrisa.
Hasta que los sueños no me bastaron, quise que se hicieran realidad.
Trabajé muy duro para conseguirlo y, una vez más, me acerqué a él, pero esta vez me paré a su lado.
Le miré, me miró, le cogí la suave mano y se la acaricié dulcemente. No dijo nada, pero me vi reflejada en sus ojos y supe que ya era mío.
Me encantaba acariciarle, sentir lo suave que era, estrecharle contra mi cuerpo, abrazarle, mordisquearle las orejas, sentarme delante de él para contemplarlo…
Era muy callado, no hablaba, pero sus ojos me revelaban su amor.
Iba con él por la calle una noche, ya no me avergonzaba hacerlo, cuando sentí una sombra moviéndose a nuestras espaldas. Sentí un poco de miedo, lo admito, así que le estreché con fuerza la mano, cosa que nunca había hecho antes, pues lo veía tan perfecto, tan delicado y frágil que siempre lo acariciaba con sumo cuidado. Con su voz, nunca antes escuchada por mis oídos, me dijo en tono cantarín, con una agradable melodía: “me gusta que me abraces”.
Casi pierdo el sentido al oír aquello. Después de tantos días, por fin me había hablado. Llegué a pensar que era de los que no hablaban, pero al final… ¡¡¡el osito más caro de la juguetería hablaba!!!
Este, junto con el relato de los bebés, es de mi época de "finales chorras", como podéis observar... Ahora estoy más profunda, tan profunda que me bloqueo muchísimo a la hora de escribir T_T