El Club de los Poetas Muertos

Donde los sueños se funden con la realidad.

miércoles, agosto 09, 2006

Noche bélica

Esta noche no dormí bien.
No me acuerdo de cuándo me acosté, pero bien pude estar dos horas dando vueltas debajo de las sábanas tratando de dar con una posición cómoda que no encontré. Quizás porque la cantidad de alcohol en mis venas era mayor que la de mi propia sangre, quizás porque mis pies recordaban, doloridos, momentos de alegría y juerga que ya no estaban o, quién sabe, quizás sencillamente porque no quería tenerte en mi mente, mi sueño decidió declararle la guerra a mi persona entera, permitiéndome breves treguas oníricas que Morfeo supervisó.

domingo, marzo 19, 2006

Ausencia

…Y mi ángel me abandonó.

Me dejó sola, tirada en el barro. El pelo, sucio, me caía sobre la cara, tapándome los ojos, unos ojos llenos de desolación. Los puños apretados, las vestiduras hechas harapos, así me había dejado y así me quedaría para siempre.

En mi alma, la rabia y la frustración tejían una red de soledad que me empañaba los ojos, en los cuales la imagen de su partida se reflejaba una y otra vez, recordándome a cada instante que ya no estaba.

No sabía exactamente qué hacía allí, sólo sentía aflicción, un dolor que me quemaba por dentro. Era el mismo dolor que sentí cuando, tiempo atrás, mi musa también se marchó.

Venían a mi mente imágenes que no podía olvidar, estaban tatuadas en mi ánima. Veía montañas de libros ardiendo, novelas desgarradas, páginas por los suelos, estanterías derrumbadas… Recordaba perfectamente ese día, en el que el mundo lloró de angustia por la muerte de algo tan preciado como es la inspiración. Desde aquel día sufría espasmos cada vez que sentía en mi nuca el estertor de la soledad en la que me había sumido.

Observaba el movimiento de las nubes, grises y cargadas de electricidad, sin inmutarme. Ya nada importaba, sólo estábamos yo y mi agonía. Había vagado por lugares yermos, sin vida, hasta llegar a ese barrizal…

…y mi ángel me abandonó.

domingo, marzo 12, 2006

Nur

Tenía unos ojos fantásticos. No los describo así porque fueran simplemente bonitos, no, es que en verdad resultaban fascinantes.

Alrededor de la pupila, se apreciaba un finísmo aro de color avellana, que a su vez estaba rodeado de otra franja azulada. Esta se iba degradando en matices verdes hasta llegar al borde del iris, que se oscurecía con un leve tono dorado. Su tía, que era muy religiosa, solía decir que Dios intentó atrapar la luz en dos esferas cuando creó los ojos de Nur.

El efecto de su mirada no le era indiferente a nadie. La niña Nur hacía que las personas que la miraban a los ojos se sintieran muy felices o muy incómodas con su presencia, aunque ella no notaba nada de esto. Además, muy poca gente le sostenía la mirada durante más de un minuto, ni siquiera su propia familia. Había algo en ellos tan tremendamente poderoso, oculto y arrollador, que inconscientemente temían verse atrapados en ellos.

Sus ojos siguieron siendo igual de hipnóticos después del accidente, pero Nur dejó de ser la chiquilla alegre que besaba a su madre, escuchaba el programa de cuentos de la radio con su padre, dibujaba soles y arcoiris y que era tan sociable con niños y adultos.

-No, no será posible operarla.
-Es demasiado pequeña, y sus córneas están dañadas de por vida.
-En el hospital tenemos un psicólogo infantil que...
-Tal vez le interese el programa de Braille para niños que la biblioteca de la universidad ofrece...

La niña estaba agazapada debajo de las mantas, donde sabía a ciencia cierta que la luz no entraba, luego era normal que lo viera todo negro. Pero no quería sentir el calor del sol en la cara y seguir en la oscuridad. Era insoportable.

Cuando se despertó en el hospital, asustada e histérica, notó brazos que la sujetaban y voces que intentaban calmarla, pero Nur no entendía nada. Arañó y golpeó a las figuras que no podía ver y las enfermeras tuvieron que dormirla con una inyección y atarla a la cama para que no se hiciese daño a ella misma. Más tarde comentaron entre ellas, aún sorprendidas, la terrible reacción de Nur... no se les ocurrió pensar que es muy normal que una niña de siete años le tenga miedo a la oscuridad.

Al día siguiente, no dijo nada ni apenas se movió; se negó a comer y se quedó tendida en la cama, escondiendo la cabeza bajo las sábanas. La desataron, dado que ya no parecía agresiva. Le mandaron a un señor, supuestamente muy inteligente, que intentaba expicarle como si ella fuera tonta que se había quedado ciega, pero que eso no tenía por qué impedirle comer, reír, jugar y leer libros. Nur no dijo nada ni salió del refugio que se había montado bajo las mantas.

Ya era el segundo día que pasaba en el hospital cuando oyó a los médicos hablar con sus padres sobre un montón de cosas que ella no entendía. Aún así, intuyó que no eran buenas noticias, porque oía llorar a su madre y la voz preocupada de su padre.

Esa misma tarde, cuando los médicos, las enfermeras y sus padres no estaban intentando hacerla hablar o comer, alguien entró en su habitación.

-Pequeña, tienes que ver.

Nur se sobresaltó y asomó la cabeza al mundo, intentando ver a la persona de la voz desconocida. Entonces la realidad la golpeó como un puño y recordó que estaba ciega.

-¿Te he asustado? Me habrías oído entrar si hubieras estado escuchando a tu alrededor.

-Váyase. No le conozco -, contestó ella, con una voz algo ronca de no hablar.

-No pensaba quedarme, sólo quería darte unos consejos que te pueden ser muy útiles, Nur.

-¿Quién le ha dicho mi nombre?

-Seré breve -, el desconocido ignoró su pregunta-. Tienes que ver. Mira dentro de ti y encontrarás algo tan poderoso que deberás ocultar para seguir con vida.

-Soy ciega. No veo nada -, respondió, nada receptiva a los consejos.

-Pero verás. Confía en mí.

-¿Es que está sordo? ¡Le repito que estoy ciega! ¿Sabe lo que es la ceguera? -, replicó Nur, incorporándose en la cama y poniéndose muy malhumorada.

-Pero no estás sorda, ni has perdido el gusto, el tacto o el olfato. Tampoco pareces tonta... de hecho, creo que eres muy lista para tu edad. Por eso te enseñaré algo.

-No quiero que me enseñe nada, quiero que se vaya -, dijo la niña, por segunda vez.

El desconocido se puso algo nervioso, pero Nur no lo percibió.

-Tan sólo escucha mi voz. ¿Qué edad crees que tengo?

-Y yo qué sé...

-¿Soy un niño o un anciano?

-Ni lo uno ni lo otro. Parece mayor, pero no anciano.

-¿Y me oyes caminar? -, dio unos pasos para que la niña los escuchara.

-No pesa mucho, eso seguro. Y es ágil, probablemente delgado y algo bajito.

Nur escuchó una alegre y cantarina carcajada.

-¡Has acertado! ¿Lo ves? Yo tenía razón: eres muy lista para tu edad. Basta por hoy, Nur. Ahora descansa y piensa en esto. Cuando encuentres lo que tienes dentro de ti, me encontrarás.

-Eh, ¿quién es usted?

Pero el desconocido se había ido, y Nur no había oído abrirse ni cerrarse la puerta.

Después de aquella extraña visita, la niña recuperó el habla y el apetito, y se dedicó a desarrollar su oído y sus otros sentidos con fervor.

Al poco tiempo, le dieron el alta. Sus padres le dijeron que acabaría aquel curso con un profesor particular hasta que se acostumbrase a caminar sola por la calle con el bastón, amaestrasen a un labrador como perro lazarillo y leyera Braille con soltura. A petición de Nur, también tomaría clases de música, y le regalaron un piano y un violín en cuanto la niña los pidió, contentísimos de que mostrara interés por algo tan saludable.

Eso sí, no pasaba un solo día sin que la niña pensara en el misterioso hombre joven y de pasos ligeros que le había dicho tantas cosas en el hospital. Incluso dejaba la ventana de su habitación abierta por las noches por si se le ocurría volver a visitarla.

Poco a poco, Nur volvía a parecer alegre, pero sus padres no notaron dos cosas muy importantes en ella. Primero, que Nur se había convertido en adulta y nunca volvería a ser una niña. Esto se reflejó en sus ojos, que seguían siendo iguales en apariencia, pero mucho más tristes. Y segundo... los sentidos de la niña-que-ya-no-era-niña se estaban disparando sin que nadie lo apreciase.

Al principio, ni siquiera la propia Nur se dio cuenta. Encontró muy normal entrar en una habitación y valerse de su oído para saber dónde estaban situados los muebles y las personas, y tampoco le extrañó percibir los sentimientos de la gente que la rodeaba. "Seguro que le pasa a todos los ciegos", pensaba cuando casi podía tocar con los dedos la intranquilidad y la infelicidad de su madre, o la preocupación que tenía su padre por cosas que nada tenían que ver con su familia y la indiferencia que le suponía sentarse a la mesa con su esposa.

La cosa se complicó cuando Nur distinguió también los miedos, las debilidades y las pasiones de las personas que tenía cerca. Ya habían pasado varios meses y quedaba poco para que empezara en el colegio de primaria en el que sus padres la habían matriculado. Para acostumbrarse a no depender de su madre o de la asistenta todo el día, salía y daba largos paseos por la ciudad con su perro lazarillo, y así fue contactando con más personas. Sabía qué persona era realmente feliz y quién ocultaba un gran peso sobre su alma, si tenía cerca a alguien de corazón noble o a un mentiroso codicioso.

No podía leer los pensamientos, sino los sentimientos; no conocía los hechos, pero sí las sensaciones.

Decidió no contarle a nadie este descubrimiento ni nunca proclamar a los cuatro vientos los secretos más profundos de las almas de las personas.

Y él... ¿por qué no aparecía? El hombre misterioso había estado siempre presente en sus pensamientos, había tenido mil rostros distintos y, a falta de un nombre, Nur siempre pensaba en él, sin más.

"¿Es esto lo que él quería que descubriera? ¿Este es mi inmenso poder? Si lo es, ¿qué tiene de poderoso que yo pueda usar para algo bueno? Sería terrible utilizar esto como un arma, ni hablar. Y si no es lo que estoy buscando, ¿qué es lo que tengo dentro de mí? ¿Cuándo vendrá él?".

sábado, febrero 18, 2006

Caramelos[hiperbreve]

Creo haber encontrado por fin la forma de publicar una entrada aquí, así que a ello voy:
Os dejo un hiperbreve que hice hace varios meses, puede incluso que varios años, no recuerdo bien. Imagino que muchos ya lo habréis leído, pero es igual.

(En una tienda de chucherías.)
MADRE: Coge algún caramelo, pero no muchos. ¿De cuáles quieres?
HIJO: De los de las verdades amargas.
MADRE:¿Ésos...? ¿Y no prefieres de los de las dulces mentiras? Están más ricos, son más suaves y sientan mejor.


Ya me diréis qué os parece.
Un saludo =)

jueves, diciembre 22, 2005

¿Sabes qué?

-¿Sabes qué? Los corazones de los justos arderán en una hoguera de camping, y los impuros entonarán canciones de paz y amor, autoengañandose y engañando al mundo.
-¿Sabes qué? El arrepentimiento y el miedo, por honorables que te parezcan, te acosarán durante toda tu vida, ahógandote si pueden.
-¿Sabes qué? Bañarte en mentiras y en lágrimas rotas te hará sentir mejor, pero sólo por poco tiempo.
-¿Sabes qué? Si hay que llorar es conveniente hacerlo, pero si ves que alguien no quiere (o no puede) no se lo pidas, porque no lo hará.
-¿Sabes qué? Todas las personas tienen lágrimas por derramar, si hay gentes que se las tragan dejales solos con su pena, pues lo habrán podido y lo podrán aguantar.
-¿Sabes qué? Para odiar hay que esforzarse tanto como para amar, por eso poca gente te odiará.
-¿Sabes qué? Olvidarse de tus anhelos mientras ves como son aplastados contra el suelo no es fácil, pero realmente te liberará.
-¿Sabes qué? Si has sufrido, si has vivido mucho, guardatelo para tí, a menos que de verdad encuentres a alguien que quiera escucharlo.
-¿Sabes qué? No sé que escribo, ni por qué.

jueves, diciembre 15, 2005

Actriz

Se abre el telón. La actriz principal sale al escenario, y el resto del elenco se vuelve aburrido, mediocre, invisible.

Todos los ojos están en ella, y no es para menos. Es encantadora, abrumadora, brillante. Su presencia encandila a cuantos la contemplan. No hay otra igual.
Su rutilante figura es contemplada por los ojos de damas envidiosas, caballeros platónicamente enamorados, villanos lascivos y niños entusiasmados. Su rostro, a medio camino entre el de una muñeca perfecta y una virginal niña, destila ternura, belleza y alegría. Su voz podría provocar la envidia de los mismísimos ángeles. Es perfecta.

Su dedicación es plena. Pese a que no vive de esto, pese a que no es profesional, asume los sacrificios que sean necesarios por su público. Ensaya continuamente, estudia minuciosamente su papel, analiza hasta el mínimo aspecto de la obra y de su personaje durante el tiempo que sea necesario para realizar una interpretación sublime; y lo logra.
Su marido apenas la ve, demasiado agotado al venir del trabajo para contemplarla en el teatro sin dormirse. No entiende qué ve ella en su hobby, pero no se interpone.
Su hijo está enfermo, y requiere los cuidados continuos de su mejor amiga. Ésta accede encantada, pero más de una vez se pregunta por qué no puede cancelar una actuación, sólo una, para pasar una noche con su hijo.

Ellos no lo entienden. No sienten lo que ella al saberse adorada, deseada y amada por masas de desconocidos que darían el alma por compartir una cena con ella. No comprenden que ella encuentra en el escenario lo que nadie puede darle fuera de él.

Sus amigos la han visto cancelar su asistencia a varias citas, fiestas y compromisos varios. Pasado un tiempo, la llamaban con menos frecuencia. Después, ella dejó por completo de ir con ellos, y ellos desistieron de seguir llamándola. Ella ha elegido.

Y es feliz. Mucho. Cada vez que termina la función, los aplausos le recompensan el esfuerzo invertido, las horas de sueño perdido, las relaciones deterioradas o desaparecidas. Lo vale, vaya si lo vale.

Los aplausos desaparecen y la relación con su público acaba. Todos los espectadores se marchan, pese a que la divina actriz daría su alma por compartir una cena con ellos. Les adora, les desea, les ama, pero ellos se van y ella no puede evitarlo.
Se quita el maquillaje y se contempla en el espejo de su camerino, de nuevo ella, de nuevo real, de nuevo una mujer de carne y hueso en lugar de una diva. En ese momento, como todas las noches, se pregunta en lo más hondo de su corazón qué es tener un marido que aún la quiera y la espere en casa, un hijo que la recuerde y que desee sus abrazos como cualquier otro niño los de su madre, amigos con los que compartir charlas, risas y tristezas. Pero no puede evocar ese rincón, ya tan lejano, de su memoria. Y pese a que no recuerda lo bastante esas sensaciones como para echarlas por entero de menos, sí sabe que ha dejado de sentir algo que su público nunca podrá darle. Sabe, en lo profundo de su alma, que sus amigos y familiares la querían a ella, no a la diva; amaban la verdad, no la fachada. Con ellos nunca necesitó maquillarse, ensayar o estudiar un papel para obtener su amor incondicional.

Pero ya es tarde.

Se cierra el telón. La actriz principal está sola en el teatro, y se vuelve aburrida, mediocre, invisible.

sábado, diciembre 10, 2005

La "novata".

El profesor tamborileaba los dedos sobre la mesa y miraba de un lado a otro con nerviosismo. "Esto me pasa por aceptar un trabajo en un instituto público", pensó, mirando de vez en cuando a la única persona entre doscientos cincuenta y ocho alumnos que se había apuntado al club de ajedrez.

Ella se atusaba un mechón de pelo que tenía junto a la oreja y observaba entre curiosa y divertida al recién llegado. Se había corrido el rumor de que el nuevo profesor del club era Alexander Mügg, el campeón del mundo de 1982, pero nadie se lo había creído y por eso estaba allí sola. Mügg se caracterizaba por su imprevisibilidad sobre el tablero, algo que ella ansiaba. Creía que le iba a dar clase un señor con canas y voz gruñona, pero si eso servía para mejorar en ajedrez, lo soportaría. Sin embargo, aquel profesor era... distinto.

-¿Y dices que no sabes nada de ajedrez?

-No, señor Mügg. Nada de nada.

Mentía. Quería que él le enseñara todo desde cero.

-Vaya, no sabía que...

-Es usted profesor, ¿no? ¿Puede enseñarme?

-¿Por qué te has apuntado a este club, entonces? -, preguntó él, entornando los ojos y obviando la pregunta de la chica porque no veía necesidad de responder.

-Quiero aprender -, se encogió ella de hombros.

Se le daba muy mal hacerse la tonta, pero se esforzó. No podía intuir la edad de él, pues sus ojos parecían los de alguien que ha vivido trescientos años. Le gustaba la nariz alargada, sus pómulos, la curva precisa de la barbilla... esbozó una media sonrisa mientras lo contemplaba y aquello llamó la atención del profesor, que no sabía cómo encajar aquel gesto.

-Bien -, suspiró él, sin darle importancia-. Hoy te enseñaré la posición inicial de las figuras y cómo se mueve cada una. No creo que nos dé tiempo a empezar una partida...

Durante aquellos cincuenta minutos, él se expresó con tartamudeos al principio, pero luego su voz se volvió más segura al hablar de cosas que conocía como la palma de su mano. No pareció notar que su alumna estaba más concentrada en observar en silencio su rostro, estudiar sus gestos, sus tics nerviosos y en memorizar su voz. Y sus ojos... aquellos ojos no eran normales. Tenían un aire melancólico casi inapreciable, pero lo veías si te fijabas mucho.

"¿Cuándo le digo lo del campeonato?", pensó durante unos terribles segundos. Faltaba poco para el campeonato de la ciudad y esta era la verdadera razón por la que se había metido al club de ajedrez. "Bueno, enseñar a una novata a ser Karkarov en dos meses no debe ser imposible. No para él. Pero ya se lo propondré en la próxima clase..."

miércoles, noviembre 23, 2005

Microrrelato (de Ozimandias)

Se sacudió los sesos del hombro, pero la sangre no saldría tan fácil. Era lo que le molestaba de la ruleta rusa. Masculló una maldición, pues acababa de estrenar esa chaqueta.
Al otro lado de la mesa, el vencedor le sonrió maliciosamente.

domingo, noviembre 20, 2005

Instrucciones que se han de seguir cada mañana

El otro día leímos en clase un relato en el cual se explicaba cómo subir una escalera, utilizando un lenguaje lioso y complicado. El profesor nos mandó la tarea de escribir uno similar sobre otra actividad cotidiana, y aquí tenéis el mío para que me lo critiquéis a gusto...




Cuando el infernal ruido de ese aparato, que hace sonar una alarma en un momento determinado previamente impuesto, nos extrae de nuestro paraíso o infierno de la imaginación procedente del subconsciente, debemos seguir unos pasos determinados…

Hemos de alargar la extremidad superior hacia el antes mencionado aparato para acallar el alboroto que produce, presionando un interruptor o girando una palanca, normalmente situados en la cara superior del objeto. Nuestro aparato auditivo agradece el cese de tan inclemente ruido que taladra nuestras neuronas hasta hacerlas enloquecer.

Y llega el momento de separar esas capas de piel que recubren nuestros ojos, también denominadas párpados. Al hacerlo, solemos notar una leve resistencia para llevar a cabo la acción con éxito; dicha oposición a la apertura de los párpados suele ser impuesta por las pitarras o legañas.

El siguiente paso es dejar de ser una cebolla para convertirse otra vez en ser humano, o al menos eso se pretende. Para ello, se deben coger las capas que nos cubren artificialmente con el objetivo de mantener la calidez emitida por nuestro cuerpo mientras reposamos horizontalmente sobre un colchón y retirarlas de encima del susodicho cuerpo, depositándolas a un lado sin que nos molesten para realizar el último paso.

Nuestra posición respecto a la superficie terrestre es de ciento ochenta grados, así que debemos incorporar hasta los noventa grados la parte superior del cuerpo, es decir, el tronco. No se ha de confundir con el de los árboles, ya que sería difícil introducir uno en una estancia de una casa convencional. Una vez incorporado, las extremidades inferiores o piernas tienen que ser sacadas de encima del colchón, depositándose en el suelo. Sólo queda erguirnos, confiando toda la responsabilidad de soportar nuestro peso corporal sobre dos únicos puntos: los pies.

martes, noviembre 08, 2005

Infancia (por Ozimandias)

No tenía juguetes ni comics, pues su padre nunca le compró ninguno, poco partidario era de las ilusiones escapistas que estos provocaban, y prefería apostar por la sobriedad de los libros académicos. Su madre ya no estaba entre los vivos para hacerle regalos no literarios; recordaba perfectamente el día que bajó al sótano en el que su padre trabajaba y le vio maquillando su cuerpo inerte.
A veces quería ser como los demás niños y poder jugar con un padre que no tuviera una profesión que provocaba las bromas y burlas de sus compañeros de clase. Ellos se lo perdían, pues nunca sabrían lo divertido que podía ser jugar, cuando su padre dormía, con muñecos de tamaño real que, hasta hacía un par de días, habían sido vecinos, parientes o profesores.

domingo, octubre 30, 2005

Que no se pierdan las historias

-No volverás a tocar esa música del infierno.

La voz del guardia estaba llena de odio, de rencor, de represión... y Víctor sabía que esos sentimientos no iban dirigidos a él. Aquel tipo estaba muerto de alma, no tenía brillo en los ojos.

Aunque poco podía ver el desdichado músico prisionero con la cara cubierta de sangre, jadeante, dolorido y magullado. Llevaba en aquel infierno cinco días y se sorprendía de seguir vivo. Ya no podía pensar con claridad, pero le quedaba algo de cordura para responder:

-Tenéis miedo de lo que no comprendéis. Supongo que le teméis a todo el mundo-, escupió.

Los guardias no le hicieron caso. Un corpulento carcelero se acercó con algo brillante en las manos.

-¿Qué... ?

La pregunta murió en los labios de Víctor Jara cuando la culata de aquel fusil se descargó contra sus manos. El guardia corpulento empezó con la mano derecha, y otro carcelero se animó a ayudarle a machacar la izquierda. Entre sus alaridos de terror, Víctor Jara oía las risas de los guardias.

La estrella del folk chileno nunca volvería a coger una guitarra.

martes, octubre 25, 2005

Frío

Esta es una historia muy personal, escrita en apenas cinco minutos, pero cargada de sentimientos... Espero que os guste y os transmita algo.

Veo caer la nieve. Frío, siento frío. Todo a mi alrededor es yermo, cualquier molécula de vida es aplastada por el despiadado hielo; nadie es capaz de acercarse a mí, nada puede soportar tanta desolación.

Mi alma está presa de una urna de cristal. Sabe, desde el primer momento, que de allí no escapará. Y no me queda más remedio que escuchar a mi alma, aunque al principio intentara hacer oídos sordos y buscar algún remedio.

He de permanecer quieta, viendo cómo todo se desvanece antes de que llegue a tocarlo, sintiendo cómo cualquier presencia desaparece en instantes, sin poder grabar en mi memoria nada.

Para mí solo son caras que me miran a través de un cristal, el cristal de mi urna llena de nieve, frío, soledad y desolación.

Y dentro estoy yo, esperando…

Esperando que llegue el fantástico día en que alguien compre mi urna y pueda ver mundo, nuevas caras, y poder grabarlas en mi mente, ver a través de la bola de cristal en la cual estoy encerrada, sintiéndome sacudida momentáneamente y después salpicada de cálidos, pero a la vez helados, copos de nieve.

viernes, octubre 07, 2005

Confesión

He aquí un relato que escribí para Ozimandias como regalo de cumpleaños... Bueno, es en mayo, pero en febrero ya lo tenía escrito, no quería que se me escapase la idea, tonta, para variar, pero, al fin y al cabo, una idea graciosa. Aunque algunos ya lo habéis leído, lo cuelgo porque me hace ilusión xDDDD

Lo confieso: en cuanto lo vi me enamoré de él. Esos ojos tan negros mirándome fijamente, esa postura imperturbable, tan erguido él… ¡era perfecto!

Día tras día iba al mismo sitio donde le vi por primera vez para contemplar su perfección, lo bien hecho que estaba… ¡era una obra de arte!

Me quedaba extasiada al mirar cada centímetro de su cuerpo, cada fino cabello castaño que tenía, pero, sobre todo, lo que más me paralizaba eran aquellos ojos tan penetrantes, tan oscuros, que parecía que leyesen en lo más profundo del alma.

Era en aquellos momentos cuando yo me giraba, avergonzada al sentir descubierta mi intimidad, y me marchaba.

Después de mucho tiempo de vigilarlo casi a escondidas, un día me atreví a acercarme a él.

Simplemente nos miramos, como quien se cruza por la calle con un desconocido y lo mira, sin más, y pasé de largo sin decirle nada. No había habido ningún tipo de contacto, pero… ¡me había mirado al pasar por su lado!

Durante noches soñé con aquel momento, con sus ojos negros y su eterna sonrisa.

Hasta que los sueños no me bastaron, quise que se hicieran realidad.

Trabajé muy duro para conseguirlo y, una vez más, me acerqué a él, pero esta vez me paré a su lado.

Le miré, me miró, le cogí la suave mano y se la acaricié dulcemente. No dijo nada, pero me vi reflejada en sus ojos y supe que ya era mío.

Me encantaba acariciarle, sentir lo suave que era, estrecharle contra mi cuerpo, abrazarle, mordisquearle las orejas, sentarme delante de él para contemplarlo…

Era muy callado, no hablaba, pero sus ojos me revelaban su amor.

Iba con él por la calle una noche, ya no me avergonzaba hacerlo, cuando sentí una sombra moviéndose a nuestras espaldas. Sentí un poco de miedo, lo admito, así que le estreché con fuerza la mano, cosa que nunca había hecho antes, pues lo veía tan perfecto, tan delicado y frágil que siempre lo acariciaba con sumo cuidado. Con su voz, nunca antes escuchada por mis oídos, me dijo en tono cantarín, con una agradable melodía: “me gusta que me abraces”.

Casi pierdo el sentido al oír aquello. Después de tantos días, por fin me había hablado. Llegué a pensar que era de los que no hablaban, pero al final… ¡¡¡el osito más caro de la juguetería hablaba!!!


Este, junto con el relato de los bebés, es de mi época de "finales chorras", como podéis observar... Ahora estoy más profunda, tan profunda que me bloqueo muchísimo a la hora de escribir T_T

domingo, octubre 02, 2005

Helmut (por Ozimandias).

Helmut nunca había visto unos ojos como aquellos. Sabía, como todos sus compañeros, que ciertas razas no podían compararse, ni siquiera estéticamente, con la suya. Se sentía orgulloso de ser un digno representante de la raza aria, destinada a gobernar con sabiduría a todas las demás. Por eso le desconcertaba encontrar una mirada tan bella, tan profunda, tan intensa, en una joven de cabellos rizados y piel aceitunada que impedían al teniente Helmut Von Hesse olvidarse de que se trataba de una gitana.
Por alguna razón, mirar esos ojos le producía una honda desazón; pensó en lo que se perdería si ardiesen en los hornos, temió verlos marchitarse bajo los efectos del gas, se estremeció al imaginarlos ocultando su brillo y color en una fosa común. Se dio cuenta, horrorizado y maravillado, que se estaba enamorando de esa mirada anónima que denotaba la profunda tristeza de la muchacha. Y contra toda lógica, contra toda ley y enseñanza, decidió que evitaría esa tragedia sin importar lo que le costara.
No fue nada fácil para él sortear los obstáculos que encontró mientras trataba de evitar el destino que sus superiores deparaban a esa mirada que había perforado su corazón. Pero pese a las dificultades lo logró; y ahora, ya en su hogar, se servía una copa del mejor champán que había encontrado en la bodega de una rica familia de joyeros judíos a los que habían trasladado unos días antes, mientras observaba el frasco de cristal desde el que, flotando en un solución conservante, le observaban esos ojos brillantes, mágicos, hermosos, que ya nunca perderían su belleza.

miércoles, septiembre 28, 2005

Breve descripción de Orquídea Negra.

Ella no es ninguna belleza exuberante como muchas villanas de cómics y de novelas románticas. Tampoco es fea, que digamos. Tiene un rostro gracioso, labios bonitos, nariz fina y unos ojos almendrados muy expresivos. Su pelo es del color del caramelo tostado, un rubio oscuro natural que tiene tantos matices como luces se reflejen en él. Lástima que siempre lo mantenga tan corto, dándole ese aire masculino que oculta por completo su belleza.

Pero su sonrisa... ¡ay, desdichado el que vea sonreír a la Orquídea!

Ella jamás sonríe de felicidad, pues no tiene motivos para tener ese sentimiento. Y si alguna vez sonrió de felicidad, nadie fue testigo, ya que creció prácticamente sola. Su sonrisa suele ser forzada, helada o artificial. Los que han visto una sonrisa sincera de Orquídea Negra, dicen muchas cosas, pero todos coinciden en un adjetivo: escalofriante. Ella sólo sonríe cuando recibe una sorpresa favorable a sus intereses, así que sonríe muy pocas veces al año, dado que es casi imposible sorprenderla. También tiene sonrisas crueles e irónicas, pero de ésas mejor no hablamos.

Se expresa también con esos ojos suyos, oscuros como dos pozos negros, como dos abismos infernales que pocos se atreven a mirar por miedo a encontrar alguna quimera en el fondo. Hay quien dice que son ojos de asesina, pero ella considera el asesinato entre seres de una misma especie un acto de estupidez suprema. Y ella no es estúpida, ni tampoco odia (ni ama) a nadie tanto como para matar. Pero sí es cierto que sus ojos son tan temibles como su sonrisa, aunque, si alguna vez albergó en su alma sentimientos dulces, o simplemente humanos, fue a través de sus ojos por donde se expresaron.

También se expresa con las manos. Son pequeñas, alargadas, fuertes, estilizadas y muy ágiles. Como deben ser las manos de los músicos y de los ladrones. Por supuesto, Alicia es ambas cosas, aunque muestra mayor interés y dedicación al arte del latrocinio que al violín o al piano que tan bien ha aprendido a tocar.

Luego está su cuerpo, que es inversamente proporcional a su inteligencia.

Alicia, pese a haber cumplido no hace mucho los dieciséis años, mide poco más de metro y medio. Es delgada y aerodinámica, ya que las hormonas propias de su edad no la han afectado demasiado; apenas tiene caderas o pechos, lo que acentúa su aspecto masculino. Pero su pequeño cuerpo de gimnasta nata esconde una fuerza insospechada que ella se ha encargado de potenciar con una sesión de capoeira los martes, jueves y viernes. El resto de días, se entrena con una mezcla entre el kárate y el taekwondo ideada por ella misma.

Podría analizar también su psicología o hablar de su trabajo como ladrona, pero es posible que eso me lleve a rellenar varios libros. Así que, con vuestro permiso, poetas muertos, me reservo las ideas para dejarlas madurar.

Fin de la descripción de Orquídea Negra.

sábado, septiembre 10, 2005

El padre de la Orquídea

Una pareja hablaba mientras paseaba de la mano por el Port Vell. Llamaba la atención el hombre, que tendría unas tres décadas más que la joven que le acompañaba. Pero a ellos no parecía importarles aquella insignificante diferencia.
Las luces del atardecer se reflejaban en el agua del puerto y ellos ya habían andado desde un extremo del paseo hasta Colón.
—Creo que no ha sido bueno que Alicia nos viera esta mañana juntos… —, comentó Enrique.
—¿Bromeas? ¡Si se lo ha pasado en grande metiéndose con nosotros! —, rió Eva—. Además, ya es mayorcita para entender esas cosas.
—¿Tú crees? —, se sorprendió él.
Eva se rió aún más, pero otra parte de su ser, algo más maternal, estaba apenada porque Alicia no hubiera crecido con una figura femenina a su lado. Una madre.
—Ya veo que tú y tu hija no habéis tenido la charla sobre de dónde vienen los niños…
—¿Para qué? Ella nunca lo preguntó, además, todas esas… dudas se las solucionaría la psicóloga en el primer año de instituto —, dijo. Parecía algo avergonzado por no poder hablar del tema con tanta naturalidad como Eva.
—Tranquilo, eso le pasa a muchos padres solteros, según me han dicho.
La intención de Eva era animarle, y Enrique lo sabía.
—No creas que hemos vivido un drama ni que su madre murió de cáncer ni nada trágico, ¿eh?
—¡Nunca me has hablado de cómo decidiste adoptarla!
Enrique intentó poner en orden sus pensamientos antes de regresar al pasado; no quería encontrarse con recuerdos desagradables por el camino. Una vez estuvo organizada su explicación, le indicó a la periodista que se sentara en un banco y empezó a hablar.
—Lo que te voy a contar es un absoluto secreto. A Alicia le dije que sus padres y ella iban de vacaciones a una casa que tenían en la costa marsellesa, que ellos murieron en un accidente de tráfico, ella se salvó y yo la adopté porque sus padres fueron alumnos míos. Alicia cree que sus padres eran excelentes personas, que la querían mucho y toda la película que te quieras montar. La realidad no es exactamente así.
»Su madre la tuvo muy joven y su padre nunca apareció. La madre era alumna mía en el Liceo francés y en 1988 le concedieron una beca para estudiar durante un año aquí, en España. Yo era el único que sabía de su estado, así que me ofrecí como tutor suyo para poder acompañarla, dado que yo conocía bien el país y podría orientarla. No pudo aprovechar la beca porque, en cuanto sus padres se enteraron de que estaba embarazada, hicieron malabarismos en el consulado para que ella volviera.
—¿Puedes decirme cómo se llamaba la madre de Alicia?
—No debería... está bien, Françoise Boulogne, y deja de ponerme esos ojitos. Ella fue, probablemente, la alumna más inteligente que he conocido, después de su propia hija, claro está. El caso es que nos mantuvimos en contacto cuando el bebé nació al invierno siguiente, en febrero de 1989. La llamó Alice Claire Boulogne.
—Qué bonito.
—Lo que vino después no fue nada bonito. La familia de Françoise renegaba de ella y del bebé, así que tuvo que marcharse de su casa en Lyon. No sé por qué no me pidió ayuda, no sé por qué no me molesté en averiguar la razón de que sus cartas se retrasaran durante los siguientes años… sólo volví a saber de ella años después, cuando un colega mío del Liceo me llamó para decirme que Françoise estaba en el hospital. Más tarde me enteré de que se drogaba. Y mucho.
Eva no dijo nada, pero los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Joder, Enrique, menos mal que no iba a ser una historia trágica. ¿Y lo dices así, tan tranquilo?
—De eso hace ya mucho, todavía me siento responsable por no haber cuidado más de mi alumna, pero… —, suspiró y cerró los ojos unos instantes—, trato de compensar los daños siendo el padre de Alicia. Cuando Françoise tuvo aquel accidente de coche… bueno, Dios sabe qué se tomaría, pero el coche terminó en el desguace, la madre en un centro de desintoxicación y la niña de ocho años que viajaba en el asiento trasero se salvó milagrosamente. ¿No te parece extraordinario que Alicia se pusiera el cinturón de seguridad sin que se lo dijera su madre? Ya te digo que es más lista que su madre, si es que eso es posible. Françoise tenía una mente prodigiosa para los números, era una calculadora humana…
Eva se fue calmando, imaginando lo mucho que habría tenido que sufrir Alicia.
—No sé si te he dicho que mi hija perdió la memoria en aquel accidente.
—¡Dios Santo!
—Sí, eso dije yo cuando me llamaron desde el hospital de la Santísima Trinidad. Françoise llevaba entre su documentación una vieja carta que yo le había escrito hacía muchos años, felicitándole por la beca lograda y animándola para que cumpliera sus sueños, así que alguna enfermera espabilada consultó mi nombre en la guía telefónica de Barcelona (todavía hoy me pregunto de dónde la sacaría) y me llamó. Françoise no quiso verme; supongo que estaba avergonzada y no quería que la viera en aquel estado. Pero sí pude ver a Alicia un rato, cuando estaba inconsciente.
—¿Y Alicia no recuerda nada de aquel día?
—Ni de los anteriores. De hecho, en cuanto se despertó en el hospital… se volvió como loca. Se escapó por la ventana y echó a andar por la ciudad. Madre mía, cada vez que recuerdo el miedo que pasé aquel día… la encontré, al final, quitándole la merienda a una niña en el patio de un colegio cercano. La adopté a los dos meses, fue un papeleo bastante rápido, teniendo en cuenta mi historial.
Eva ya sabía que Alicia tenía habilidades con las que alunos superhéroes sólo podían soñar. Y sabía que era la ladrona más joven de la Historia. Y también que Alicia era Orquídea Negra, una sombra en un museo, un fantasma que deambulaba por la ciudad cada noche. La mejor ladrona del mundo. Pero Eva sabía algo que el resto de personas ignoraba: Orquídea tenía sentimientos. Y aquel era un secreto hasta para la propia Alicia.
—Oh… lo primero que recuerda Alicia de su infancia es que huía de un hospital… como… como…
Eva se calló la palabra que se le había cruzado por la cabeza.
—¿Una ladrona? —, ayudó Enrique, comprensivo—. Bueno, ella siempre ha tenido ese talento natural, casi instintivo. Aunque se ha entrenado a conciencia con sus hermanos y yo le he enseñado mucho, el mérito es todo suyo.
—¿Y no podría utilizar sus dones para algo útil a la sociedad?
Enrique calló unos segundos, casi divirtiéndose al imaginar la cara que pondría Alicia si hubiera oído la pregunta de la periodista, e invitó a Eva a levantarse.
—No quería estropear la tarde con recuerdos poco agradables. ¿Te apetece un café?
—Sí, por favor —, sonrió ella aceptando el brazo que le ofrecía Enrique para apoyarse—. Oye, ¿y qué fue de Françoise?
—No lo sé. Nunca la volví a ver. Busqué en el centro de desintoxicación que me indicaron, pero no estaba registrada, y no ha vuelto para reclamar a su hija, así que… bueno, lo importante es que Alicia tiene una familia.
—Pero nunca ha sido una niña. Eso es tan triste… ahora entiendo mejor su comportamiento…
El caballero volvió a guardar silencio y decidió comprarle a su dama unas flores en un quiosco. Se cuidó muy mucho de no elegir las orquídeas por los recuerdos que acarreaban, pese a ser la flor con el significado más adecuado para Eva: inteligente y bella. Una simple rosa le pareció casi un insulto, así que no sabía cuál escoger…
Eva, mientras tanto, hacía como que no se daba cuenta de la galantería de su maduro novio y se entretenía en el quiosco de al lado, mirando las revistas.
Lo que sucedió a continuación fue rápido y confuso, pero se intentará describirlo con precisión.
Un Mercedes gris plata derrapó junto a la acera donde Eva leía distraídamente. Apenas tuvo tiempo para darse la vuelta cuando dos tipos ocultos bajo pasamontañas la inmovilizaron y la metieron en el coche. Los reflejos de Enrique Castells ya estaban más que activos, pero uno de los dos enmascarados, le disparó antes de que pudiera dar un paso hacia ellos.
Los niños lloraban abrazados a sus madres, asustados por el disparo. Los que tuvieron más temple, se acercaron a atender al hombre canoso que yacía sobre la acera junto a un ramo de flores. La sangre que manaba de su cuerpo y teñía las flores fue lo último que vio Enrique antes de perder el conocimiento.

jueves, septiembre 08, 2005

Licantropía

Llovía a cantaros cuando salí del metro en dirección a la cafetería en la que se había concertado la cita. Por aquel entonces yo era un periodista recién salido de la facultad, que tenía mucho que demostrar, así que en redacción me habían enviado a hacer una entrevista basura a un loco que afirmaba ser un hombre-lobo.

No me preguntes porqué, pero los locos fascinan a la gente. Yo debía volver con un montón de estupideces al periódico y redactarlas de una manera tal que el pobre hombre pareciera todavía más loco de lo que estaba. Supongo que a la gente le gusta ver basura para así poder pensar que su vida no es tan triste.

En el bolsillo interior de mi chaqueta llevaba una libretita con las preguntas más típicas y con aquellas que, a primera vista, darían más juego (cómo se convirtió usted en hombre-lobo, qué hace cuando le llega el celo, come usted carne humana, le maltrataban de pequeño, cosas así). No llevaba grabadora. Me iba a inventar la mayor parte de las respuestas, así que con coger unas notas por encima me valía.

Iba a encontrarme con un cateto, probablemente habría preguntas que no comprendería, e iba a aprovecharme de eso: ¿Le han psicoanalizado? ¿Qué opinión le merece su status legal? ¿Su potencial físico es tan exacerbadamente fantástico como nos muestra la literatura? Y, aunque las entendiera, no había problema. Una vez bien maquilladas, cada una de sus respuestas provocarían en el lector una risa incontenible.

Entré en la cafetería. Eché un vistazo y vi a un hombre enorme en la barra. Llevaba camisa a cuadros rojos, de leñador, y el pelo oscuro cayendo desgreñado sobre unos hombros de toro. Al estar sentado en esa posición no vi más de él, pero supuse que sería mi hombre. Sonreí y me dirigí hacia él.

Suavemente le toqué el hombro. Pensaba marcar distancia desde el principio, eso en una mente débil, seguido de unas cuantas muestras de compañerismo, le harían verme como alguien superior a él que pretende ser su amigo, y así podría sacarle más, abusando de esa confianza. - ¿Roberto Paleo? - Pregunté cuando se giró, mostrando una cara franca y bobalicona que prometía mucho material. - Se equivoca de persona. - Respondió, volviendo a su cerveza. Esto me impactó. - Perdone, creo que usted me está buscando a mí. - Sorprendido, me giré para encontrarme con un hombre joven, bajito y bien vestido, de pelo negro bien peinado y gafas con montura al aire. Estaba sentado en una mesa, tomando un café y leyendo un libro enorme. - Por favor, siéntese conmigo.

Me senté frente a él y me presenté. Nos estrechamos las manos y comenzamos una charla ligera sobre el tiempo. Le pregunté si le importaba que tomara notas. Con mucha cortesía, dijo que no solo no le importaba, sino que me lo rogaba encarecidamente.

- Comprenderá que muy poca gente se toma en serio el licantropismo. Muy poca gente a la que no le esté destrozando la yugular uno de nosotros, quiero decir. - Soltó de golpe, como si acabara de hacer un comentario sobre la situación de la bolsa.

Hablamos durante horas. No era un pardillo, como había esperado, era un genio de una enorme cultura. Me contaba cosas y yo las transcribía frenéticamente, pues no quería perder palabra. Miles de veces me llamé imbécil esa tarde por no haber llevado la grabadora.

La historia que me contaba era fascinante. Me contó que, en su juventud, en el siglo XIX, se había transformado en hombre-lobo, pero no me quiso contar como, aunque dejó claro que "el mordisco de un licántropo no te convierte en licántropo, te arranca la pierna".

Me habló de la plata. Dijo que le encantaba la plata. - ¿Cómo - dijo - podría matarnos la plata, el metal mágicamente lunar, cuando es de la luna de dónde fluye nuestra esencia? No, eso es una estupidez. Igual que lo de que la luna llena nos convierte en lobos. La luna no obliga a nada. La luna pide y otorga. Es el sol, es Apolo, el que exige. Nosotros, como hijos de Diana, decidimos. Aunque es cierto que con la luna llena somos más poderosos.

Me habló sobre la época que pasó en París; sobre como unos cazadores le persiguieron por Normandía durante tres noches; sobre el placer de matar y la dificultad de mantener esa adicción a raya. Me habló sobre no tener hogar y sobre hacer un hogar de todo lugar en el que estás.

Nos despedimos muchas horas después. Había llenado mi libreta y la cabeza me bullía. No podía ser verdad. Los hombres-lobo no existen. Estaba confuso. Y entonces, al estrecharle la mano, sentí algo raro. Bajé la mirada y vi como, durante un momento, la mano se convertía ligeramente en la pata de un lobo, adquiría su esencia. Alcé la mirada y le vi sonreír. Los colmillos demasiado largos, los rasgos demasiado estirados, los ojos demasiado claros. Y supe que era verdad. - Puede que pronto nos veamos de nuevo. Y entonces puede que sepa lo que no le he contado hoy. - Dijo.

Salí de allí a trompicones, volví al periódico y dije al redactor jefe que el hombre-lobo no se había presentado, así que no había artículo. De ninguna manera podría haber escrito lo que se esperaba de mí. No, no podía ridiculizarlo. Habría sido como reírme a la cara de Dios. Me dijo que no hacía falta el loco, que me lo inventara. Y yo le dije... le dije que sí. Me lo inventé todo. No hablé de él. Hablé de los que fueron mis prejuicios, hablé de una mente confusa, hablé y dije en aquel artículo todo lo que los demás querían leer. Todo lo que yo no quería escribir.

Han pasado ya casi cuatro años. Por la noche me sigue costando dormir. Mi carrera se ha afirmado, ahora soy periodista de plantilla de un importante periódico. Sé que si alguien leyera lo que estoy escribiendo no se lo creería, a pesar de todo. Me da igual. Me da igual porque se que viene. Las últimas cinco noches le he oído. Viene a por mí. Y esta vez me contará lo que la última vez no me contó. Y, después, me matará.

martes, septiembre 06, 2005

Cosas de niños

Llevo un par de semanas dándole vueltas a este relato corto, cortísimo, pero no había encontrado el tiempo necesario para escribirlo. Ya lo encontré, y creo que ya era hora de que me estrenara en este blog, así que aquí os lo dejo:

Nada más cerrar los ojos para intentar dormir, los gritos vuelven a sonar, reclamando mi atención.

Cansada, me levanto, cojo al bebé en brazos y lo mezo hasta que se queda dormido otra vez. Lo acuesto en la cuna y lo arropo con suma delicadeza, para no despertarlo.

Suspiro de alivio al comprobar que ya está dormido, pero ese suspiro es bastante para conseguir que Iván, su hermano, comience a llorar.

Corro hasta su cuna y me apresuro a hacerlo callar antes de que despierte a Iker, pero no puedo evitar que abra la boca, con los ojos aun cerrados, y comience a quejarse también.

Genial, ¡ahora tengo dos bebés llorando!

Cojo cada niño con un brazo y me siento en un sillón, esperando a que se calmen.

Cuando lo hacen, los vuelvo a meter en sus cunas y me acuesto.

El reloj digital me mira, desafiante, recordándome que ya son las cuatro y media y no he conseguido dormir aun.

Sueño con el día en el que los vi por primera vez, en Navidades. Fue un día muy emotivo para mí, como supongo que para todo el mundo.

Más llantos, abro los ojos y ahí está el reloj, observándome desde sus infernales números que marcan las seis menos diez. Ahora sé por qué los hacen con los números rojos: son diabólicos.

La hora de los biberones.

Después de prepararlos, tomo a Iker y le doy el suyo. Luego hago lo mismo con Iván.

Han vuelto a callar, y yo vuelvo a intentar descansar.

Pienso en lo duro que es tener un bebé, pero que más aun es tener dos, y encima a la vez.

Ya es de día, otro cansado día más. Y otro caluroso día más, en agosto nada perdona.

Otro día más sin despegarme de los bebés, otra noche más sin descansar.

Pero las cosas son así.

No quiero ni pensar en el día en que deje las muñecas y tenga uno de verdad, con un poco de suerte (o mala suerte, según se mire), dos.

viernes, septiembre 02, 2005

Costumbres.

Ahmed sujetaba su taza de café mientras observaba al hombre solitario de la última mesa. Le veía leer el periódico mientras saboreaba el humo de su cigarro, y era esto último lo que le fascinaba. No llevaba mucho tiempo allí, y en su tierra no acostumbraban a aspirar las emanaciones tóxicas de la combustión de plantas muertas, por lo que aquel ritual le sorprendió notablemente la primera vez que lo vio. Su hermano le había pedido que le esperara en esa cafetería y hacía unos segundos le había llamado para advertirle que llegaría tarde, así que ahora, por primera vez desde que desembarcara, tendría tiempo de averiguar qué sentía la gente consumiendo ese producto.

Se acercó al fumador, que acababa de apagar la colilla de su cigarro, y permaneció expectante durante un momento, hasta que éste levantó la vista, un tanto molesto por la presencia del descarado inmigrante. Entonces Ahmed, rápidamente pero también con sumo cuidado, introdujo una de sus manos en la boca del sorprendido hombrecillo. Empujó su brazo hacia dentro hasta que su codo quedó rozando el labio superior; juzgó que no era suficiente, e introdujo todo el brazo hasta el hombro. Palpó durante un breve minuto (aunque no pareció breve, sino eterno a la par que incómodo, al fumador) el interior de los pulmones, y finalmente extrajo toda su extremidad, llena de babas y restos orgánicos. El fumador le contempló, perplejo, con la mirada un tanto perdida. Su expresión, su sudor, su ritmo cardíaco y la descarga de adrenalina que recorría su cuerpo, delataban que acababa de participar en un fenómeno inquietante e inaudito, pero por más que se esforzaba no lograba recordar de qué se trataba. Finalmente su memoria aceptó la derrota y el hombre se encogió de hombros y continuó su lectura, preguntándose eventualmente qué sabor, aparte de tabaco, notaba en su boca.

A varias mesas de distancia, Ahmed examinaba su brazo, especialmente las yemas de sus dedos. Las olisqueó, e incluso tocó con la punta de la lengua una de ellas, analizando el sabor. Llegó a la conclusión de que fumar era una costumbre estúpida y de mal gusto. No sería esa la última vez que opinaría así sobre una costumbre local.

domingo, agosto 28, 2005

Dioses

Yo soy el cáncer y la cura, yo soy lo que fue y lo que será. Soy utopía y distopía, soy bien y mal. Soy todo. Pero, a la vez, no soy nada.

Lo que habita en mí es más fuerte de lo que nunca creí que pudiera existir; siento el odio y la fuerza que fluyen por las vías de mi cuerpo. La sangre no tiene sitio, y mana por mis oídos y mi nariz, por mis ojos, por mi boca en espasmos regulares, siguiendo ritmos de Metallica.

¿Y tú te crees mi igual? ¿Tú, con tu pobre mente, supeditada a este plano de simple existencia? ¿Tú, que no ves las altas miras de mi plan? ¡Mi mente ya abarca los espacios intermedios entre dimensiones y hace que salten por los aires, creando realidades aisladas!

¡Armageddon, Ragnarok! Distintos nombres para un mismo acontecimiento. Al final en todas las religiones hay cosas que se mantienen invariables. Que el fin del mundo llegará con la gran guerra de los Dioses es una de ellas. Y esa guerra se librará dentro de mi cabeza, y el campo de batalla estará sembrado de drogas antimetabólicas.

Zeus con un chute de coca, Mercurio llevando las agujas a Odín y los titanes, que están en una orgía sexual. Thor pasándose a las drogas de diseño y Marte, casi dormido, fumándose algo de marihuana bien cargada.

¡Sefirot provocado por el éxtasis alcohólico! Mahoma ya está ido y tiene visiones proféticas, y Siddharta en el baño vomitando junto a Jesús y su coro celestial, que tienen el estómago hecho polvo por los tranquilizantes.

¡Todavía no ha llegado lo mejor! ¡Chutes de parafina y formol! ¡Millones de muertos en la capilla sixtina! ¡Jerusalén arderá con sus mentiras! Los caballeros, ¿que serán, podridos en sus propias armaduras oxidadas? ¡Los fanáticos no tendrán un señor al que servir y se suicidarán en masa!

¡Ahora sí tengo poder para hacerlo!

¡Resistir es perder la última esperanza de redención! Ahora, yo soy Dios. Cree o no creas, igualmente estás perdido. Igualmente todo está perdido.

-Vaya, hoy sí te ha dado fuerte. ¿No habrás estado mezclando otra vez, verdad, David?

-Cállate, jodido hereje, y ayuda a tu Dios a levantarse, que este charco de vómito no es un buen sitio de peregrinación para mis fieles. Llévame al cuarto de baño. -David se tambaleó intentando ponerse en pie. -Y deja de mirarme así o te declaro ya mismo la guerra santa, gilipollas.

Marcos ya estaba acostumbrado a esto. David tenía la extraña costumbre de entrar en el hiperrealismo religioso cuando se emborrachaba, y esta vez no estaba seguro de que solo fuera alcohol. Como las últimas veinte o veinticinco veces.

Le ayudo a levantarse y lo llevo hacia el cuarto de baño, siguiendo sus bandazos por simple inercia, pero manteniendo el equilibrio.

-¿Sabes? He estado pensando -dijo David -¿Por qué cojones seguimos peleando día tras día, dejando que las cosas se vayan complicando con el paso del tiempo, si al final lo que cuenta es ser gilipollas? -Cuando David estaba borracho sus pensamientos eran acertados. Su forma de explicarlos no. Y sus insultos acababan siendo repetitivos. Esa noche había pillado la palabra gilipollas. Marcos se preguntó cuantas veces mas la oiría esa noche. La última vez el insulto había sido "capullo"; la pronunció, en distintas frases, sesenta y cuatro veces. -A lo que me refiero es, bueno, a que si la ignorancia es la felicidad, ¿para qué todo esto? Quiero decir, ¿Para qué llevar a un gilipollas -y van tres -al espacio, si pelándosela en tierra sería mucho más feliz? ¡Todos deberíamos morir jóvenes e ignorantes! ¡Y borrachos!

Llegaron al cuarto de baño. David volvió a vomitar, pero, esta vez, al menos no fue sobre si mismo.

Marcos tenía que reconocer que parte de razón había en sus palabras, si eras capaz de separar las ideas que mezclaba en sus frases como probablemente se había pasado toda la noche mezclando con alcohol cosas que, si leías el prospecto, resultaba que no podían mezclarse con alcohol.

sábado, agosto 27, 2005

Retazos inconnexos de un amor incomprendido ( de Zemo)

Eres mi musa, mi inspiración,
mis naves ardiendo en el cielo de Orión.
Eres el faro en la playa
que alumbra mis batallas
cuando lucho por tu amor.

Si no te observo, te imagino;
si no te quiero, me miento;
si no me quieres, te olvido;
si no te siento me muero,
de amor, de amar maldito.

Por las noches trepo tu alcoba,
te miman las estrellas
para que no te sientas sola
por ser tan única y tan bella
que por ti el mar mueve sus olas.

Continuará ...

Condenado a vivir, a vivir sin ti ( de Zemo)

El no lo sabe, pero está condenado
a no besar tus preciados labios,
a vivir sin conocerte ni saber de ti,
oh, pobre de mi, encargado de relatarte
su sufrir.

El despertó y esa noche
no pudo conciliar el sueño,
pues tu corazón por broche
y tu cuerpo por dueño, te quiso,
sin querer.

Y le envenenaron tus besos,
tus caricias y tus deseos,
se sintió atrapado en un amor
carcelero del alma, esclavista del olvido
y estandarte de una vida prometida.

Y decidió que una vida sin ti no merece la pena,
que la muerte, dulce condena, le acercaría,
de nuevo, al sueño donde te conoció,
donte te volvería a tener entre sus brazos,
observandote, tumbada en su regazo.

Continuará ...

miércoles, agosto 24, 2005

Recuerdos

Ofendida por no recordar quien era, me dejó allí, sólo en la habitación del mugriento hotel. Ella se había encargado de buscar mi número, ella había buscado el lugar de la cita, ella había pagado todo. Aunque fuese un hotel asqueroso, dónde las cucarachas eran las que te servían el café, ya que por su tamaño y edad podían hacerlo, era lo caro dentro de lo pobre. La verdad, me sentía un poco culpable al no reconocer a alguien que se tomaba tantas molestias para volverme a ver. Aunque tube que esperar dos días a que mi misteriosa mujer apareciese.
Pero su cara no me sonaba de nada. Ni cuando entró por la puerta, ni cuando se abalanzó sobre mí, ni cuando se apartó, con unas lágrimas perladas que resbalaban por una sonrisa tambien llena de perlas. Me empezó a decir fragmentos de lo que parecía había sido un amor en el instituto. Me empezó a contar cosas de las que mi mente había borrado todo. Le dije que quizá no fuera yo el que estaba buscando. Que quizá fuese otra persona. Pero entonces me sonrió. Me dijo el nombre de mi madre y de mi padre. Me habló de mi hermana y de mi hermano. De cómo había muerto ahogado este último. De unos gatitos negros, que habían sido arrojados a un contenedor en una bolsa de plástico. De cómo pudimos salvar a dos de ellos. Entonces la recordé.
Efectivamente, esa mujer guapa y morena, de grandes ojos marrones, había sido mi novia en el instituto. Dos años, los más felices. Pero recordé tambien, que entre toda la maraña de felicidad yo sufría. Aunque no recordaba el porqué. En áquel entonces no era tan bonita como ahora, así que no temía que me fuera infiel. No estaba tan segura de sí misma, así que no creía que reuniese el valor suficiente para dejarme. No tenía amigas ni amigos, sólo me tenía a mí. Pero yo sufría y sufría. Y no quería volber a sufrir. <>. Insistió unas cuatro veces más, pero yo negué el conocerla, intentando acordarme del porqué de mi sufrimiento. Al final, ofendida por no recordar quien era, me dejó allí, sólo en la habitación del mugriento hotel.
Cuando dió el portazo de despedida, cuando dos o tres de sus lágrimas se evaporaron en el abrasante calor de la tarde, recordé el porqué de mi sufrimiento. Sufría porque la quería. Porque la amaba de verdad. Porque nada más empezar una relación que casi había forzado yo, me dijo que cuando terminase el instituto se iría, a un lugar dónde no la podría ver. Aunque también es cierto que me dijo que volvería.
En vez de saltar de la cama y bajar rápidamente a buscarla me quedé allí. Sólo en la habitación del mugriento hotel, dónde son las cucarachaslas que sirven los cafés. Dentro de lo pobre lo más caro. Yo no quiero volber a sufrir. ¿Y si se vuelbe a ir?¿Qué sería de mí si se vuelbe a ir?

martes, agosto 23, 2005

Las zapatillas rojas

La música suena, suena y suena.

No me puedo contener.

Saco de la bolsa unas viejas y angustiadas zapatillas. En otro tiempo fueron rojas.

Ellas bailan solas, rezumando vida por sus costuras rotas, y yo me muevo, esclava de sus ataduras, de su sueño y de su dolor.

Me sangran los pies, me sangra el alma. Pies heridos, alma encendida por la chispa de la música que suena, suena y suena.

Alma que danza, danza, danza.

Alma que se expande sin límites, sin miedo, como un océano.

Estas zapatillas mueren un poco cada día... y yo con ellas.

No hay nada. No hay nadie. Sólo yo, fundida en esa música que suena, suena y resuena en un universo vacío.

El destino

Con los años había ido acumulando piedritas, una por cada disgusto.
Al principio las había ido guardando en cajas de zapatos, luego en armarios y cuando su cuarto se empezó a llenar decidió robar un contenedor de basura para seguir guardandolas; con tal mala suerte que cuando se lo estaba llevando a la casa de sus padres unos policías que pasaban por allí le detuvieron y se lo llevaron a la comisaría; una noche en prisión y 3000 euros de multa: otra piedrita más.
Actualmente disponía de unas 30452 según el útlimo recuento, está bastante tranquilo por que con la suerte que tiene seguramente en unos 6 meses podrá costruirse la casa con la que tanto tiempo lleva soñando.
Él no lo sabe, pero dentro de 501 malos ratos, lo que vendría a ser 7 meses, tras haber comenzado la construcción de su casa el ayuntamiento mandará derrumbarlo todo por no tener los permisos pertinente: serán 30954.

viernes, agosto 19, 2005

Escritor

Observaba con admiración, y no sin cierta envidia, los progresos de sus ídolos. Allí estaba el pedante pero exitoso observador de la realidad cotidiana en la séptima edición de su último best-seller, poco más arriba se encontraba la ramplona y edulcorada biografía del actor más famoso del momento, y a un lado veía la última entrega de una serie de novelas fantásticas que habían devuelto al mundo de la literatura a una generación que se daba por perdida entre gráficos renderizados en tiempo real y explosiones en dolby surround. Fijó la vista en la última y laureada obra de cierta escritora, que pese a tener su misma edad ya era veterana en el medio editorial; la autora posaba sonriente en una fotografía que adornaba el estante, ocultando tras aquel bello rostro élfico los sinsabores pasados durante los siete años de rechazos a todas sus sucesivas novelas por parte de todos los editores del pais.

Se apartó del escaparate con cierto regusto agridulce, el que siempre le quedaba cuando observaba esas piezas que le ofrecían placer como cliente, pero tristeza como autor aficionado. ¿Por qué ellos y no él? ¿Por qué no podía él alcanzar el Olimpo de los dioses escritores? No es que fuese tan prepotente como para compararse con los mejores, pero sí que conocía autores inferiores a él que habían logrado llegar tan lejos o más que estos. No era justo. Sin embargo, cuando se reunía con sus amigos y comentaba ante ellos este pensamiento, ellos le respondían con el clásico chiste del hombre que rezaba todas los domingos para que esa semana le tocase la lotería, hasta que años después se le aparecía Cristo y le decía que de acuerdo, que le tocaría, pero que por favor se tomase la molestia de comprar alguna vez un décimo.
Así que finalmente se decidió. Recuperó, polvoriento y con las hojas amarilleadas, el intento de novela que acometió años antes. Corrigió los errores que ahora, con la ayuda de ese experto editor que llamamos tiempo, parecían tan evidentes, repasó varias partes, reescribió completamente otras, creó capítulos nuevos, cambió el final, alteró varios personajes, y tras dos meses de trabajo logró acabarla por completo.
Se la pasó a sus amigos, que unánimemente alabaron sus virtudes y no hallaron defecto alguno. Dejó pasar algún tiempo hasta que finalmente se atrevió, tras tomar la precaución de registrarla como propiedad intelectual, a enviársela a un editor. En el tiempo que pasó mientras esperaba la respuesta, pasaba de vez en cuando por el escaparate de la librería mirando las obras más vendidas e imaginando su rostro en aquellas fotos, especulando sobre cómo sería la portada de su ópera prima, viéndose a sí mismo en una presentación, acosado por fans a los que firmar autógrafos.

Mientras el cadáver era retirado de la mancha de Rorschach que había estado derramando desde sus muñecas, la policía encontró la carta de rechazo con los motivos aducidos por el editor, en lo alto de un montón de cartas y e-mails impresos, todos ellos trufados de notables adjetivos encomiásticos sobre su obra.

jueves, agosto 18, 2005

Muerte por Amor



Cae la noche oscura
y el lugar que tendría que ser mío
ya no es mío, no me espera,
no está vacío.

Llega el sueño sacro,
la muerte ronda mi cabeza,
solo es morir en pecado,
sola, la honda certeza.

Al fin llegará lo que debía,
romperá las alas de la libertad,
romperá mi sentida poesía,
romperá, por fin, la claridad.

domingo, agosto 14, 2005

Latidos imaginarios ( de Zemo)

Ojalá que todo fuera diferente,

que en frente me observaras

y pensarás, de mi, lo que yo quiero decirte,

lo que yo quiero pensarte, lo que yo

ofrecerte.


Que nada se parezca, que en el rumor de la noche

mi corazón no reproche ni se estremezca,

que teniéndote a mi vera, pasara mi vida

y treinta años más dijeran, como te quiero,

vida mía.


En mis brazos el amor maldito de amarte, maldito

de mi, de tenerte sin dejarte a tu luz, lejos de aquí,

de quererte con más fuerza que a mi vida, que en tu día

prometiste serena que me querrías, hasta que el fin

hiciera mella.


Y deshoja los pétalos por mi, que todo cambie,

que el fin no se acerque, que la flor diga que si,

que Morfeo no me despierte, que Orfeo me serene,

que el sueño no acabe que no quiero perderte,

que no quiero morirme sin ti.

Versos blancos a la libertad ( de Zemo)

Eres nuestra porqué te queremos,

Eres mia porqué te siento.

Eres nuestra porqué luchamos por ti,

Eres mia porqué estás dentro de mi.


Y quisiera tenerte, cada noche a mi lado,

Y no rehuirte en los dias largos.

Mecerte en mi cuna, a manos desnudas,

y que brille la luna, me veas en la negrura.


Eres nuestra porqué vivimos sin ti,

Eres mia porqué no te tengo,

Eres mia porqué ya no te albergo.


Te persigo en mis sueños, te deseo en mis anhelos,

y mirando las estrellas te observo desde lejos,

deseo acercarme de nuevo, como en otros tiempos,

y sentir tu piel, sin lamentos.


Por mi lloraste, inundando el cielo de estrellas,

te abandoné, pasaron las horas muertas.


Ya no te quiero, ya no me faltas,

de nada me sirven tus palabras.


Que el viento me lleve si hace falta,

y te deje sola, tendida en la playa,

la arena remando en tu cuerpo, pura mortaja,

que se acaben tus recuerdos y tus palabras.


Que se acabe todo, que no quede nada.

Sonríele a los Muertos...

-Nunca te veo sonreír.
-Nunca lo hago.
-¿Por qué?
-¿Para qué?
-No sé. A mí me gusta sonreír.
-Ya. Los humanos no valemos una sonrisa sincera.
-¿No valgo una sonrisa?
-No.
-...Pensé que me querías.
-Si no te quisiera no estaría aquí.
-Pero...pero...ni siquiera valgo una triste sonrisa.
-Eso sí. Una sonrisa triste sí. Pero una sincera no.
-...¿Por qué?
-Ya te lo he dicho, ningún humano merece una sonrisa de verdad. Ni tú, ni yo, ni nadie. Sólo... bah, da igual.
-No. ¿Quien es más importante que yo? ¿Quien vale más que yo? ¿Quien vale una de tus sonrisas?
-No llores. Ser merecedor de mi sonrisa no es bueno.
-Pues yo quiero...
-Sólo si estás muerta te sonreiré. Y, de momento, no kiero que mueras.
-...
-No llores. Tú no lo entiendes, pero sólo puedo sonreirle a los muertos.

Artista

En todos mis años como detective de Homicidios, nunca encontré un rival semejante. El "Doctor" no se conformaba con asesinar a sus víctimas, sino que las humillaba convirtiéndolas en la materia prima de sus obras de arte, pues era éste el modus operandi del criminal: destripar a la víctima y usar sus vísceras y sangre como material con el que componer un mural en la pared más cercana al cadáver.
Al principio sus obras provocaban escalofríos en los transeúntes que hallaban el cuerpo, pero con el tiempo y la atención de los medios, la reacción fue cambiando, hasta el punto de que la fascinanción que sus obras provocaban hacían que la gente casi se olvidase de las víctimas. El "qué espanto, cómo puede haberle hecho esto a un pobre inocente" exclamado por los demás policias cuando entrábamos en la escena del crimen se transformó lentamente en un "vaya, es una pena, pero hay que reconocer que si no fuera un asesino, el tio sería un artista admirable". Cuando le detuve, las reacciones ya comenzaban a situarse en la linea de "bueno, si lo mató, es que algo habrá hecho; un artista no mata por nada, ¿no?", mientras contemplaban extasiados sus obras de arte, procurando evitar pisar el reseco y semivacío cadáver, con poco éxito.
El juicio fue largo y reclamó la atención de todos los medios, no sólo por el interés intrínseco del tema, sino por la actitud del detenido durante el proceso. Mi declaración y la de los otros policías que colaboraron en su detención, la de los psicólogos que le examinaron y llegaron a la conclusión de que debía ser encerrado sin posibilidad de redención, la de los forenses y otros expertos... todas ellas fueron interrumpidas frecuentemente por los jocosos comentarios del acusado, todo un experto en el arte de la ironía y el sarcasmo, que con sus palabras arrancaba sonrisas cuando no carcajadas del juez, el jurado y los testigos del juicio. Llegó a caer tan simpático al fiscal que éste rebajó la condena solicitada, sin ninguna condición, cuando el juicio estaba a medias y pese a que el abogado de oficio aún no había ofrecido trato alguno.
Finalmente el acusado fue declarado culpable, indultado y puesto en libertad casi tan rápidamente como lo escribo. Además la popularidad conseguida le permitió lograr subvenciones para sus "obras", sin estar obligado a cambiar de materiales, pues eso afectaría a su libertad creativa. Y qué demonios, les comprendo; es un artista tan visionario que no se le pueden imponer los límites aplicables a los demás hombres. Ya tengo mi entrada para su próxima exposición.

viernes, agosto 12, 2005

El Club de los Poetas Muertos

Hace unos meses empecé un blog de esos sencillitos de MSN. Al principio quería utilizarlo como un cajón de desastres, donde guardar reflexiones políticas, comiqueras y sobre la vida, hasta que la conocí a ella.

Una mujer cambió mi vida y he ido agregando poesías y más poesías dedicadas a ella en el blog de “El Club de los Poetas Muertos”, hasta que, finalmente, he decidido abandonarlo, ya que hay gente muy mal intencionada que ha copiado poemas míos y no se puede denunciar a MSN ya que estos tienen derecho sobre lo que tu escribes en los blogs, lo mismo podrían hacer perfectamente un libro recopilando poesías mías y no podría hacer nada por ello.

Ahora he creado este blog, en el que además puede colaborar más gente, así que poco a poco iré resubiendo aquí los poemas y espero tener el mismo público que tenía antes ;).

Nos veremos mucho por aquí.